Siempre que oigo hablar de Avatar la presentan como una de
las mejores películas de los últimos tiempos, sin duda alguna la más taquillera
de la historia. Yo ya la había visto cuando la estrenaron en el cine, pero el
otro día, aprovechando un típico día de verano sin nada que hacer, aproveché
para verla otra vez.
El argumento es de sobra conocido. Jake Sully, un ex-marine
de los Estados Unidos que padeció una lesión y perdió la movilidad de las
piernas, tras la muerte de su hermano gemelo científico, es enviado para
sustituirle debido a la compatibilidad de sus genes a Pandora, un planeta muy
alejado de la Tierra donde los humanos han descubierto un mineral muy extraño
que pueden vender por millones. En Pandora viven unos seres llamados na’vi, que
viven en armonía con la naturaleza de allí y son ajenos a todas las
pretensiones humanas en su planeta.
El programa científico que preparaba su hermano consistía en
introducirse en un cuerpo de esa extraña raza, para poder interactuar con ellos
e intentar aprender sus costumbres e introducirse en su día a día, para al
final poder convencerlos de que se apartaran de su árbol madre, donde bajo sus
raíces se oculta el mineral ya antes mencionado. A partir de ahí, Jake entrará
en una serie de aventuras donde conocerá a los na’vi, y dudará entre ser fiel y
ayudar a su patria, o colaborar con los indefensos na’vi.
Sin duda alguna, la película de Cameron tiene unos efectos
especiales fantásticos, de los mejores que he visto, y es lo que más destaca
del film. Entornos de un mundo desconocido para el espectador, recreados hasta
el más mínimo detalle y con una multitud de invenciones muy ingeniosas, tales
como las máquinas que permiten a los humanos introducirse en el cuerpo de un na’vi,
pantallas de última tecnología, y en contraposición, especies de caballos o
pájaros a los que los na’vi pueden unirse mediante una coleta que poseen en la
parte trasera de la cabeza.